Educación y civilidad
Un amigo me hizo la siguiente pregunta “¿todo ese desmadre (lo del 68) sirvió para algo?”, haciendo referencia a mi artículo anterior 1968, un año turbulento. Cuestionamiento que osaré darle respuesta desde la función social de la educación en la construcción de civilidad.
La Real Academia de la Lengua define el vocablo civilidad con dos acepciones:
1. Sociabilidad, urbanidad.
2. Miseria, mezquindad, grosería.
José Amar Amar (2000, p.4) escribió el artículo “La función social de la educación”, allí dice: “la educación es el núcleo entre costumbres y cambios de una sociedad, por lo cual es simultáneamente la más conservadora de las actividades, al pretender conservar el pasado y la más transformadora, porque en su misión orienta los desarrollos futuros de la condición humana.” Por lo tanto, la educación debe tener como eje central en la transformación de la sociedad, el futuro y sus dinámicas, sin dejar a un lado la historia, pero, esta no puede constituirse en un lastre que no deje modernizar las interacciones de las relaciones sociales con base en una nueva civilidad (acepción 1 de la RAE), pero pareciese que en vez de ir hacia un mejor relacionamiento entre los homo sapiens (hombre sabios), estamos en su transformación hacia el homo brutus, que en vez de construir mejores escenarios para la vida estamos en la destrucción del tejido social, soportando en la segunda acepción de civilidad.
Hace 25 años Amar Amar (2000, p. 13), visionó como un desafío para la educación los aspectos morales de la sociedad:
Es excesivamente peligroso para una sociedad asumir el enorme y veloz cambio que hoy enfrenta la humanidad sin que existan instituciones donde se creen espacios de reflexión junto a la acción, se produzca la integración entre las habilidades que transforman lo natural en artificial con la razón, la inteligencia y, evidentemente, la ética. No existe desarrollo que valga la pena sin un orden moral que cohesione el orden colectivo y les dé un sentido a los actores individuales es un desafío moral para la educación.
La educación debe hacer un aporte importante para el reconocimiento de los derechos de todos los seres humanos, tratando de desarrollar un conjunto de fundamentos morales de alcance mundial.
El orden moral se apoya en un núcleo de valores nucleares que comparten los miembros de una sociedad y que se materializa en formaciones sociales que se inician en las familias, pero alcanza su mayor dimensión dentro del sistema educativo.
Es irrefutable que la educación es la habilitante de la transformación de las relaciones sociales, pero en esa misión el docente juega un rol fundamental, como lo dicen Yexenia Martí Chávez, Barbarita Moreno Padrón y Maylet Contreras Betarte (2021) en el artículo “la función social del docente en el proceso educativo escolar desde un enfoque humanista”:
[…] donde al docente desde la función social le corresponde como agente educativo configurar un proceso de socialización en correspondencia con el fin de la educación. Esto permite una labor articulada entre la escuela, familia y comunidad desde un accionar socioeducativo integral.
El párrafo precedente invita a reflexionar sobre el rol del docente en la escuela, como la han expresado muchos autores, que no es solo ser transmisores o repetidores de conocimientos sino también “agente socializador” (Prieto, 2008, en Martí Chávez, et al. (2021), considerando que la educación debe orientarse hacia la formación integral del homo sapiens en sus dimensiones como ser económico, político y cultural, por lo tanto, es indispensable no perder el foco en el proceso educativo que las personas son seres “biológico-espiritual, individual-social e históricamente condicionado” (Chávez et al (2005) en Martí Chávez, et al. (2021)).
En conclusión, la reconstrucción de las relaciones sociales soportadas en la sociabilidad y urbanidad, solo es posible hacerlo mancomunadamente entre los diferentes actores (familia, escuela, sociedad) intervinientes en el proceso formativo y educativo de las nuevas generaciones de homo sapiens, no solo como eruditos, sino, también como seres íntegros en su desempeño ético-social.
Ante la pregunta que me hizo mi amigo, “¿todo ese desmadre (lo del 68) sirvió para algo?”, me atrevo a responderle que infortunadamente hemos perdido el año, porque, no hemos sido capaces desde el proceso educativo y formativo, de edificar una nueva civilidad desde el diálogo y la concertación para llegar a los acuerdos que se necesitan para convivir con nuestros pares en una mejor sociedad.
Por lo tanto, es necesario repensar y replantear el modelo educativo, en todos sus niveles, para que el proceso formativo de las nuevas generaciones verdaderamente contribuya con el concurso de todos los actores intervinientes, en una nueva sociedad no violenta, sino disruptiva capaz de crear nuevos escenarios de convivencia pacífica, en pro de un bienestar incluyente.
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Referencias.
Amar Amar, J., (2000). La función social de la educación. Investigación & Desarrollo, (11), 74- 85.
Martí Chavez, Y., Montero Padrón, B., & Contreras Betarte, M. (2021). La función social del docente en el proceso educativo escolar desde un enfoque humanista. Varela, 21(59), 104-112.
REAL ACADEMIA ESPAÑOLA: (2014). Diccionario de la lengua española, (23.ª ed.), [versión 23.8 en línea]. <https://dle.rae.es> [9/11/2028]
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